jueves, 21 de octubre de 2010

Amor al Projimo

Quienes vivimos en las grandes ciudades somos propensos a dejar de pensar en el prójimo como alguien a quien ayudar para comenzar, entonces, a mirarlo como si se tratara de un estorbo, un elemento del paisaje urbano que debemos sortear para poder llevar adelante nuestros compromisos cotidianos. Corremos el riesgo que nuestro corazón se apague… el peligro de volvernos personas insensibles. Pero si queremos cultivar una sana preocupación por nuestro prójimo, es aconsejable evitar las dos siguientes maneras de encarar la vida: 1).- Estar demasiado ensimismados en nosotros mismos y en nuestros problemas. 2).- Generalizar las relaciones y situaciones. La primera tiene que ver con el plano interior. Si mi atención está centrada en exceso en lo que me sucede a nivel personal, es muy probable que maximice lo que me está ocurriendo y me olvide (llegando incluso a menospreciar) de las necesidades de mi prójimo. La segunda está relacionada con el aspecto exterior, con las malas experiencias en el camino de la solidaridad. Cuando en reiteradas ocasiones hemos sido defraudados por los demás, somos proclives a generalizar las relaciones, negociar nuestra confianza y no distinguir claramente entre aquellos que procuran timarnos y quienes sufren un padecimiento real. Jesús respondió de la siguiente manera a quienes le efectuaban determinadas preguntas: “El primero y más importante de los mandamientos es el que dice así: ‘Ama a Dios con todo tu corazón; es decir, con todo lo que piensas, con todo lo que eres y con todo lo que vales’. Y el segundo mandamiento en importancia es: ‘Ama a tu prójimo como te amas a ti mismo’. Ningún otro mandamiento es más importante que estos dos”. Marcos 12.29-31 (TLA) Todos hemos experimentado (¡y experimentamos!) problemas. Muchos hemos sido defraudados por otros. Pero el cambio no llega si seguimos eludiendo la realidad e insistimos mantener una posición que nos brinde una relativa seguridad emocional. La senda hacia una equilibrada preocupación por el prójimo involucra un proceso continuo que se retroalimenta siguiendo este sencillo esquema: -“Porque amo a Dios, puedo desarrollar un sano amor propio. Porque tengo amor propio, puedo amar a mi prójimo como a mí mismo… ¡y obrar en consecuencia!”

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